Una Revolución Institucional. Columna de Francisco Ochoa
Opinión

Una Revolución Institucional

Columna.

“Los hombres no son nada, los principios lo son todo”, Lic. Benito Juárez García.

Fundado en 1929 por el militar y político Plutarco Elías Calles, bajo las siglas PNR (Partido Nacional Revolucionario), cambiando en el año de 1938 su denominación a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y constituyéndose en el año 1946 como se le conoce hasta la fecha, Partido Revolucionario Institucional (PRI); siendo el primer presidente nacional del mismo, el político chiapaneco, Rafael Pascacio Gamboa.

Inicialmente, su ideología y concepción provenía y fue adoptada de lo vivido en una guerra civil, como fue el periodo que conocemos como la Revolución Mexicana; es decir, como el partido de las causas sociales, de la justicia y la revolución social; en ese sentido, podemos contemplar como sus brazos estructurales, en gran parte de su vida, a las agrupaciones de campesinos, las que comprendían organizaciones populares y centrales obreras.

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Era el partido que se concebía como el más cercano a la población, situación que contribuyó para mantenerse en el poder durante mucho tiempo; además del control social, político e institucional que ejercieron los personajes que habían emanado de sus filas, -políticos, intelectuales y ex militares revolucionarios- respecto de las instituciones y poderes que conformaron al Estado Mexicano.

Es también la cuna de los políticos y gobernantes que, a lo largo del periodo en el que fue el único partido fuerte o también llamado hegemónico, fueron construyendo a los Estados Unidos Mexicanos como un estado nación y, por ende, a las instituciones administrativas y poderes que sirven como el fundamento o cimentación de una República.

Durante mucho tiempo, los Presidentes de la República de origen priista, prácticamente controlaron los tres poderes del Estado Mexicano, los 31 estados y lo que antes era conocido como el Departamento del Distrito Federal, hoy Ciudad de México y, a pesar de que el partido contaba con un dirigente unipersonal, por costumbre, tradición y respeto a la investidura presidencial, el Ejecutivo Federal también era el líder de facto y moral del mismo. Durante muchos sexenios, mientras fue el partido gobernante, el Presidente de la República, seleccionó de una baraja de opciones, la que sería su sucesora.

A lo largo de su existencia, pero sobre todo en las últimas décadas, el partido ha tenido crisis, divisiones y problemas internos, teniendo como consecuencia, la pérdida de credibilidad, confianza, popularidad y prestigio; las más profundas dificultades que ha tenido en mi opinión, son a partir del año 1988, cuando dejó de ser la opción más fuerte como partido; y en los años 1994, con el homicidio de su candidato presidencial Luis Donaldo Colosio; en el 2000, cuando por primera vez en la historia de México gana un candidato de un partido político de oposición (primera alternancia partidista en la historia del México posrevolucionario); y en el 2005, cuando el presidente del partido Roberto Madrazo Pintado, hijo del prominente político priista Carlos Madrazo, quien en vida también fue líder del partido, además de que su nombre sonaba, como un posible presidenciable; Madrazo Pintado se conflictuó con la que era su secretaría general de partido, la poderosa lideresa de maestros Elba Esther Gordillo, en aras de la selección del candidato que representaría al partido en el camino a la presidencia del país (2006-2012). Lo cual tuvo como consecuencia, una escisión en el PRI.

Posteriormente, ya siendo partido de oposición, tuvo dos bocanadas de oxígeno con sus presidentes de partido; primero con Beatriz Paredes Rangel (2007-2011) y luego con Humberto Moreira Valdés (2011), en cuyas dirigencias, se recuperaron muchos cargos de elección popular, lo cual le permitió, independientemente de la construcción de una candidatura mercadológicamente rentable, recuperar la presidencia de la República, con el antes gobernador de uno de sus bastiones, el Estado de México; Enrique Peña Nieto.

Una vez habiendo recuperado la Presidencia de la República, con el presidente Peña, durante su gestión transitaron diversos personajes de peso político y algunos con trayectoria partidista considerable, entregando resultados mediocres; lo anterior, como consecuencia del desgaste natural que tiene una administración sexenal por el ejercicio del poder, así como el costo que en paralelo tuvo el impulso de diversas reformas constitucionales; también considerando lo anterior, jugó en su contra, el efecto de un partido opositor de reciente creación, Morena, el cual, ocasionó una desbandada de priistas, por la ventaja considerable que llevaba en encuestas de varias gubernaturas, alcaldías de ciudades importantes, congresos estatales, congreso de la unión y titularidad del ejecutivo federal.

En el último tramo de la administración peñista, dirigieron al partido, dos personajes; uno fue el abogado y político Enrique Ochoa Reza, michoacano de nacimiento y el otro el guerrerense René Juárez Cisneros. Este último personaje, fue el titular del partido, al momento del naufragio del barco priista en la que fue, una elección importantísima en la historia del México moderno, misma que definiría una segunda alternancia de partidos en el poder de la nación.

Enrique Peña Nieto concluyó su gestión de seis años en el año 2018, en medio de tremendos escándalos de corrupción durante su administración, así como de los gobernadores que habían emanado de su partido y que les tocó co-gobernar con él y entregarle buenos o malos resultados en lo que respecta a comicios electorales; posteriormente, permaneció en la dirigencia, por un corto tiempo, Juárez Cisneros, y luego se dio el arribo de Claudia Ruíz Massieu -integrante de familias priistas muy poderosas-; por último, en el año 2019, llega a la dirigencia del partido, el campechano Alejandro Moreno Cárdenas cuya presidencia es la última hasta la fecha y en la cual, el partido ha perdido elecciones, de gubernaturas que eran históricamente consideradas como bastiones electorales del PRI, la última fue la de Hidalgo.

En el trayecto que sigue, es decir en el año 2023, tienen enfrente dos elecciones estatales que, desde mi punto de vista, son cruciales por su importancia y trascendentales por las consecuencias que podrían ocasionar sus resultados, en cuanto se refiere a la permanencia en el sistema electoral del país, del partido constructor de instituciones; dicho resultado puede ser, la existencia o la extinción.

Estado de México y Coahuila son las entidades federativas que pueden inclinar la balanza de la continuidad o fin del partido; la primera entidad, ha visto nacer a poderosas familias políticas de la historia del México del Siglo XX, prominentes políticos priistas, además de que aporta en votación un número importante, sino es que el más, de los de todo el país, en cuanto a electorales se refiere; siendo dichas situaciones, factores que erigen a ese territorio, como el bastión más importante del instituto político que nos ocupa. Coahuila, es el único estado que retiene el partido con un gobernador salido de sus filas, en el norte fronterizo del país y que, en votación, en las últimas décadas, ha dado resultados satisfactorios al partido.

Independientemente de los resultados que se obtengan en ambos comicios, desde mi punto de vista, lo que el partido necesita es una Revolución Institucional interna, en la cual se retomen sus principios fundacionales, que lo hacían cercano a los sectores populares de la sociedad, por otro lado, se realice de manera minuciosa, escrupulosa y democrática, la selección de candidatos con perfiles idóneos para participar en la búsqueda de cargos de elección popular, con conocimiento y experiencia, así también, del personaje o personajes que encabecen su dirigencia, los cuales deben ser experimentados políticos generadores de consensos, probos, consolidados como operadores políticos, con preparación intelectual sustancial y lo más importante, con sentido de pertenencia al partido y lealtad a sus principios.

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